Escrito para Soy Leyente, una revista de narración oral muy interesante para la que escribo críticas literarias todos los meses.
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¿Por qué escribe el escritor, ese que no trabaja escribiendo, ese que llega a su casa tarde y cansado, y se sienta a escribir?
Miedo. Miedo a la hoja en blanco. Miedo a no poder llenarla, a no encontrar las palabras justas. Miedo a saber quién la leerá, si le gustará. Miedo a no tener en claro lo que quiero escribir. Después de ese mar de inseguridades, cierro el Word, o tacho lo poco que escribí, si es que escribí algo, o simplemente guardo todo (hoja adentro del cuaderno, adentro de la carpeta, adentro del armario) e intento irme, casi con vergüenza. Se me cruzan por la mente miles de frases que alguna vez marqué en los libros, que me causaron admiración, una impresión que deseo fervientemente causar en otros. Me miran los autores desde la biblioteca, a mis espaldas, están escondidos ahí, entre las páginas. Qué presión, intentar escribir bajo su mirada. Pero después de un rato, me pongo a pensar. Seamos sinceros, no se puede escribir algo maravilloso de un tirón. Cortázar debe haber tachado alguna frase, Borges o Dostoyevsky habrán arrugado alguna vez un papel, quizás incluso Sartre dudó, aunque sea un momento, acerca de qué palabra debía escribir a continuación. Todos partieron de una idea. Quizás hayan partido de la nada. También se enfrentaron a la hoja en blanco.
Entre la desesperación del vacío, del cursor titilando en el medio de la nada, me acuerdo de que no tengo que responder ante nadie, que no hay presión alguna, que lo que primero que me llevó a agarrar esa hoja, a abrir ese nuevo archivo fue el deseo de expresarme, el querer volcar mis pensamientos, mis sentimientos, mi deseo de plasmar en un medio material todo lo abstracto que hay dentro mío. Porque eso es lo que la palabra puede. Porque eso es lo que la página en blanco significa, libertad. Disponer de la lengua para comunicar, a otros o a uno mismo, lo que nos inquiete dentro, lo que puje por salir. Porque es incomparable la satisfacción que uno siente al ver un texto propio que, a pesar de todas las imperfecciones que pueda tener, nos parece completo, "redondo", que comunica lo que uno quiere decir, que describe las imágenes que teníamos en mente, las historias, propias o ajenas, que nos parecen interesantes para contar. Porque escribir es más simple que cualquier otro medio de expresión, no se necesitan instrumentos, alta tecnología ni grandes inversiones, y además cualquiera puede hacerlo; solo se necesita tiempo. Porque escribir (ya sea una poesía, un cuento, o simplemente un texto sin forma, como puede ser éste) es una manera de permitirle a los otros acercarse a esa parte de uno que está escondida, que no sale a la luz en la cotidianeidad. Incluso si uno no quiere dedicarse a esto, si no se pretende vivir de las palabras, lucrar con ellas, la recompensa está en contemplar la hoja en la que vemos volcada un pedazo de nosotros mismos, y la felicidad que eso transmite es incalculable.